Comentarios libres. El miedo a la propia sombra. La Vanguardia. 12 de junio de 1936

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El miedo a la propia sombra

Todo el mundo habrá observado este fenó- meno: no pasa dia sin que las fuerzas de izquierda coaligadas políticamente pronun- cien o escriban millares de veces la palabra fascismo. El caso constituye una verdadera obsesión. Se puede comprobar lo mismo en Francia que en España. Así como la con- ciencia cristiana del Medio Evo se hallaba constantemente imantada por el peligro ca- pital del alma, por el enemigu invisible, pero presente en todas partes: por el diablo; de idéntico modo, la mentalidad izquierdista de nuestros días padece la continua alucina- ción del fascismo. ¿Y no es raro este hecho? Se comprendería una preocupación seme- jante, si los frentes populares acabasen de sufrir una tremenda derrota o si tuviesen datos concretos que les anunciasen la inmi- nencia fatal de un triunfo fascista. Pero precisamente ocurre todo lo contrario. Son ellas, las fuerzas de izquierda, quienes han obtenido, tanto en España como en Francia, una victoria aplastante. El Poder está en sus manos, todos los resortes gubernativos dependen de ellas, loe parlamentos son do- minados por sus mayorías, el país entero se halla colocado bajo su gobierno, incluso bajó’su arbitrariedad. Entonces, ¿a qué tanto hablar de fascismo? ¿Por qué tanto temerle? ¿No acaban de derrotarlo en las urnas, y muy copiosamente? ¿No pueden maniatarlo cuan- do les dé la gana y como se les antoje? ¿No están ya, incluso, en la cárcel — por lo me- nos en España — muchos de sus principales partidarios? Pues, entonces, repito, ¿qué miedo es ese? Que se pusiesen a temblar los fascistas, sería muy natural. ¡Pero que tiem- blen los antifascistas triunfantes…! ¿Qué misterio hay aquí? Muy sencillo. A los frentes populares les ocurre una cosa trágica: los creadores de fascismo son, sin quererlo, ellos mismos. Cogen a todos los fascistas existentes hoy, y los meten en la cárcel. Ya está suprimido el peligro. Pero el frente se pone a actuar, y a consecuencia de ello, a la semana si- guiente el país amanece otra vez lleno, infes- tado de semilla fascista. Es un fenómeno que parece inverosímil, casi mágico. En el fondo, es un fenómeno perfectamente lógico y natural. ¿Cuántos votos tuvieron los fascistas en España, cuando las últimas elecciones? Nada: una ridiculez. Y si después de triunfar el Frente popular hubiésemos tenido en Espa- ña un buen gobierno, atento a los intereses generales del país y que supiera imponerse a todo el mundo, comenzando por sus pro- pios partidarios políticos, aquel puñado de fascistas habría desaparecido, pulverizado por la realidad. Hoy, por el contrario, los viajeros llegan de las tierras de España di- ciendo: «Allí todo el mundo be vuelve fas- cista)). ¿Qué cambio es ese? ¿Qué ha ocurrido? ¿Acaso es posible que las gentes, de pronto, se hayan puesto a estudiar profundamente derecho político, y después de largas lectu- ras y copiosas comparaciones hayan llegado a la consecuencia teórica de que el régimen fascista es el mejor de todos? ¡No, hombre, no! No están las gentes ni los tiempos para tanta doctrina. Lo que ocurre es, sencilla- mente, que allí no se puede vivir, que no hay gobierno: las huelgas, y los conflictos, y el malestar, y las pérdidas, y las mil y una pejigueras diarias, aun descontando los crímenes y los atentados, tienen mareados y aburridos a muchos ciudadanos. Y en esta situación, buscan instintivamente una sali- da, un alivio, y no encontrándolos en lo actual, llegan poco a poco a suspirar por un régimen donde por lo menos parezcan posibles. ¿Cuál es la forma política que su- prime radicalmente esos insoportables exce- sos? La dictadura, el fascismo. Y he aquí cómo sin querer, casi sin darse cuenta, la gente «se siente» fascista. De los inconve- nientes de «na dictadura no saben nada, como es natural. De ellos sabrían después, cuando hubiesen de soportarlos, y entonces se preocuparían de ellos. Pero, de momento, no ven en esa forma de gobierno fuerte nada más que el medio infalible para sacudirse las insoportables moscas de la relajación presente.

Y esto es lo único que les importa, hoy por hoy, como en verano no se piensa en sacudirse el frío, sino exclusivamente el calor, y viceversa en inviert’o. La enorme máquina que a estas horas en Francia fabrica sin parar, día y noche, fas- cistas involuntarios, es esa estúpida oleada ae huelgas y conflictos que sólo se ha des- atado ev el momento preciso eu que subía al Poder el gobierno elegido por el proleta- riado para combatir al fascismo. Y la má- quina española, con ser muchísimo más ru- dimentaria y tosca, es de la misma clase. La nuestra tiene menos ruedas, pero más cu- chillas: es peor todavía. Así se explica la extraña obsesión que constatábamos al principio. ¿Cómo no ha de convertirse en una pesadilla, para los directores de un frente popular, la amenaza del fascismo, si son sus propias masas las que siembran la semilla? Nunca, en ningún país del mundo, los gobiernos dictatoriales han surgido en momentos de equilibrio y ds sensatez populares. En todas partes y en todos los tiempos, las dictaduras se han producido arriba cuando hubo anarquía abajo. Mussolini nació de la infección pro- letaria que asaltó las fábricas del milane- sado ante la apatía de un gobierno pura- mente nominal. Hitler brotó de los escom- bros en que prácticamente se resolvían ea Alemania las teorías y elucubraciones de la social-democracia. El fascismo no tiene de nuevo más que su nombre ocasional. Se trata de uno de los fenómenos más antiguos de la historia política, y su verdadero nom- bre es reacción. Fascista fue Julio César. Y fascista fue Napoleón. Fascismo es, en el fondo, el bolchevismo. Cada vez que se pudre un estado social, de sus entrañas brota una dictadura férrea. Fascismo es, en el caso de España y de Francia, la sombra fatal que proyecta sobre el suelo del país la democracia misma, cuando su descomposición interna la con- vierte en anarquía. Cuanto más crece la podredumbre, tanto más se agiganta el fan- tasma. Y la preocupación alucinada que el frente popular triunfante experimenta por el fascismo vencido, no es, por lo tanto, otra cosa que miedo de su propia sombra. GAZIEL

 

 

MIEDO-PROPIA-SOMBRA