D’Ors. Manuel Vazquez Montalban. El País. 07/07/1986

7 JUL 1986

Observo un variopinto empeño de resucitar a Don Eugenio d’Ors, empeño en el que participan amigos aunque colegas míos. Para los que adquirieron cara y ojos intelectuales en los últimos 20 años, les informaré que el caso D’Ors consistió primero, en su condición de gran comisario de la literatura catalana del primer cuarto de siglo, que de pronto pide asilo lingüístico en Madrid y luego se suma al Alzamiento Nacional, para el que posó con todo el vestuario, entonces posmoderno, que la ocasión requería: yugos, boinas, flechas, etc., etc.Tanto los intelectuales catalanistas, que le consideraron un renegado, como los intelectuales simplemente demócratas, que le consideraron un fascista ilustradísimo y muy mediterráneo, pero fascista al fin y al cabo, condenaron a D’Ors a la pena de olvido, la peor pena que puede caerle a un escritor. Tampoco sus compañeros de viaje castellano escribiente y mussoliniano hicieron gran cosa por perpetuar la vigencia de su obra. Al fin y al cabo, un catalán que pide asilo lingüístico algo buscará y a Don Eugenio, aquí entre nosotros, la boina colorada le sentaba fatal.

Conozco bastante bien la obra de D’Ors, pero no me voy a meter en consideraciones enjundiosas sobre sus obras de enjundia. Contribuyo a un mejor conocimiento del autor citando un poema gastronómico, Romance de un convaleciente convalecido, que si bien no pasará a la historia de la poesía ni de la gastronomía, sí puede figurar en cualquier aproximación al canibalismo intelectual. El convaleciente, sujeto poético, en plena guerra se despide de su madre, le agradece sus cuidados … «… al regresar- hecho migas de desmigar gente roja». Ojo con la imagen. Desmigar pan es una cosa muy aséptica, pero desmigar gente quiere decir exactamente eso, desmenuzar un todo humano con los dedos, sintiendo en las yemas de los dedos el hormigueo de las migas al ser arrancadas, sus humedades muertas, la progresiva flaccidez de su esponjosidad hasta convertirse en virutas predispuestas fatalmente al sofrito y al apaleamiento de la cuchara en busca de las fauces del caníbal. Claro que D’Ors era uno de esos genios a los que no hay que tener en cuenta las metáforas.

* Este articulo apareció en la edición impresa del Lunes, 7 de julio de 1986