El pensador alemán Jürgen Habermas oculta pasado nazi. La Crónica de hoy. Ricardo Pacheco. 06/11/2009

Cuando aún no se había calmado la tormenta del caso Günter Grass —quien admitió haber pertenecido a las SS, fuerzas nazis de elite— la sociedad alemana se despertó con la noticia de que uno de los más grandes pensadores de aquel país tenía un pasado nazi; y que gracias a la intervención de los tribunales Jürgen Habermas se salvaba por el momento. El diario El Mundo de España refiere que un tribunal de Hamburgo, a petición de Habermas (premio Príncipe de Asturias 2005), ha ordenado la retirada de las librerías de la autobiografía del escritor y periodista conservador Joachim Fest titulada Ich nicht (Yo no). Fest murió el pasado 11 de septiembre, pero dejó una autobiografía en la que hace referencia a «uno de los mayores filósofos del país», sin citar su nombre, «como un convencido nazi que deseaba el triunfo de Adolfo Hitler ya casi en el crepúsculo del Tercer Reich». El tribunal, según publicaron el sábado Corriere della Sera’ y Die Welt —dice El Mundo— ha exigido la retirada de esos párrafos a la editorial Rowohlt para reanudar su venta, bajo la amenaza de una multa de 250 mil euros (unos 400 mil dólares). Sin embargo, la editorial anunció que recurrirá a los tribunales, porque «no se cita (el nombre de) Habermas y se trata únicamente de la superación anecdótica de un hecho pasado». Pero al mismo tiempo ya ha hecho la corrección requerida y este lunes 6 de noviembre el libro volverá a estar en la calle. Poco antes de su muerte, Joachim Fest lanzó un ataque a Günter Grass no tanto por su paso voluntario por las Waffen SS sino por haberlo ocultado y convertirse en el azote moral de quienes habían colaborado de alguna manera con Adolf Hitler: «Después de 60 años, esta confesión llega un poco tarde. No puedo entenderlo», señalaba en un artículo el autor de Los últimos días del Tercer Reich (2002), en la que se basa la película Der Untergang (El hundimiento), que protagonizó brillantemente el actor suizo Bruno Ganz. En esta otra polémica que se desata en Alemania por el pasado nazi de un intelectual sus defensores otorgan a los inculpados el beneficio de la duda: a partir de 1939 todos los jóvenes alemanes eran obligados a ingresar en alguno de los cuerpos paramilitares de la estructura nacionalsocialista. Con la edad de Habermas en ese momento, 14 años (nacido en 1929), dice el periodista español, Carlos Álvaro Roldán, en El Mundo que «no siempre se dispone de un cerebro con el orden mínimamente amueblado, y más en aquellos días en los que toda una nación se sumergió en la locura de la mano de Hitler. Por otra parte, el pensador germano nunca ha ocultado su pertenencia a las Juventudes Hitlerianas». Se recuerda que Günter Grass tenía 15 años cuando ingresó en las Waffen SS, y el propio Fest (nacido en 1926) se presentó como voluntario al cumplir los 18 al Ejército regular alemán (diciembre de 1944) precisamente para evitar su entrada forzosa en la temible tropa de asalto política del Tercer Reich. El padre del escritor, Johanes Fest, un maestro conservador católico, había perdido su trabajo por oponerse a Hitler y su hijo fue expulsado del colegio en 1936 al negarse a ingresar en las Juventudes Hitlerianas. El filósofo se comió la prueba que lo acusaba En este escenario donde van apareciendo los trapos sucios de los intelectuales alemanes colaboradres del nazismo, la anécdota que narra Ich nicht resulta hasta ingenua —comenta El Mundo de España—. En ella el fallecido Fest, uno de los mayores expertos del periodo nazi en Alemania y autor de una de las más brillantes biografías de Hitler (1973), amén de ex jefe de la sección de Cultura del prestigioso diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, cuenta que «cuando Habermas tenía 14 años mandó una carta a un amigo suyo, Hans-Ulrich Wehler, en un pliego con el membrete de las Juventudes Hitlerianas, donde ensalza el curso de la guerra y admira los avances de las tropas del dictador». Wehler cuenta que en los años setenta, le habría mostrado la carta a Jürgen Habermas y, para su sorpresa, el pensador se la tragó.