Heidegger y la tragedia de su pensamiento. Carlos Gurméndez. El País. 08/12/1987

Cuando hace años José Ortega Spottorno, cordial y generoso amigo, me pidió que tradujese Conversación póstuma con Heidegger para la Revista de Occidente, no me sorprendió leer el contenido de la entrevista, ya que los ataques a la ciencia y a la técnica habían sido anticipados en sus obras Die frage nach der technik y Holzwege. Desde muy atrás se podía prever la evolución de su pensamiento hasta concluir en una original teología mística y laica, al invocar un dios que todavía puede salvarnos. En sus declaraciones afirma que hay que conservar el pensamiento en toda su pureza quimérica, especulativa, el pensar por el pensar mismo, sin buscar resultados positivos ni pragmatismos tecnológicos, formulación que anuncia el fin de la filosofía y un nuevo poetizar pensativo que nos prepara contra «el día de la técnica, que no es sino la noche hecha día». Este pensamiento poético irracional vive interrogándose siempre, pero, al no encontrar una respuesta definitiva, se queda en delirio, vértigo del ensimismamiento, sin búsqueda de nuevas conquistas cognoscitivas. Por el contrario, como ha explicado García Bacca, el pensamiento racional es siempre ciencia, técnica, y ese dios; salvador es el «universo divino, increado, creador», que no hay que esperarlo porque ya está aquí presente. «Dios está siendo / porque existiendo. / ¿Dios está o es? / pregunta alguno / (que es cada uno). / Dios al envés. / Dios al revés» (José Bergamín).La función del pensamiento es llegar por el conocimiento perfecto de la ciencia a la transformación del mundo, pues la felicidad sólo puede alcanzarla el hombre adquiriendo un poder cada vez mayor sobre la. naturaleza, y «lo que hoy es imposible será posible mañana».

Ahora bien, el último Heidegger, horrorizado de la ciencia y técnica del mundo moderno, no se asemeja al primer Heidegger, patético filósofo que estremeció a Sartre. Era entonces un investigador riguroso que se asomaba a un objeto extraño que explorar: el hombre, criatura arrojada al mundo para morir y que sufre temor, angustia, vive de encuentros y reencuentros, ocupado y preocupado por sí mismo, abriéndose a todo lo que le afecta. En este sentido, dice: «Bajo los nombres de pasiones y sentimientos, son fenómenos conocidos ónticamente hace largo tiempo», y sin embargo constata que el análisis de lo afectivo apenas ha logrado dar un paso hacia adelante que sea digno de mención. Por ello nos invita a investigar ese mundo oscuro de los sentimientos y pasiones.

En esta etapa es evidente su humanismo progresista, pues de sus incitaciones al conocimiento de los abismos del ser humano surgen las sutiles exploraciones psicológicas de Sartre sobre el amor y el odio, y hasta el materialismo corporalista de Merleau/Ponty. La descripción de Heidegger sobre la vida cotidiana y la existencia inauténtica que constituye, según Lukags, un análisis exacto y magistral de la situación alienada, del hombre en la sociedad del capitalismo tardío. No es de extrañar que toda la corriente humanista del marxismo occidental se apoyase en Heidegger.

En una entrevista que hice a Hans Georg Gadamer, filósofo hermeneuta (EL PAÍS, 30 de marzo de 1979), le insinué una posible vinculación de Heidegger con la ideología nazi, y me respondió contundente: «No sólo no existió esa supuesta afinidad de que se habla, sino su concepto Músein (ser con otro) es muy próximo al concepto de ser social de Marx». Tampoco nosotros podemos ver en Heidegger a uno de los creadores de la filosofia nazi como sostiene Víctor Farias, ya que no es posible un pensamiento y una filosofía cuya esencia es nihilismo total, la negatividad absoluta.

Los comentadores de Heidegger esperaban, que el desarrollo de su pensamiento humanista culminase en una Antropología. Para disipar el equívoco de una interpretación exclusivamente humanista de su obra, escribió Heidegger Carta sobre el humanismo, en la que afirma se debe situar al hombre a la luz del Ser, y lo define con una frase que se hizo célebre: «El hombre es el pastor del Ser». Para el Heidegger de la posguerra (esta carta fue escrita en el otoño de 1946), el Ser es todavía lo próximo, lo que tenemos ahí, el estar. Por consiguiente, se defiende de toda acusación de antihumanismo que lleve a una degradación de la dignidad del hombre. Sin embargo, su pensamiento oscila entre, el Ser y el hombre que es su compañero de viaje. Hasta tal punto subsiste la confusión Ser/Hombre que define al apátrida como el hombre sin hogar porque ha perdido de vista al Ser, base de la alienación, que convierte la concepción marxista en superior a las otras visiones de la historia.

Sin embargo, Sartre no se dejó engañar por estas ambigüedades de Heidegger, y se reafirma la tesis de su antihumanismo al constatar que sustituye la investigación antropológica por la búsqueda desesperada y afanosa del Ser que está oculto debido a múltiples causas, entre otras la voluntad dominadora de la Razón. En su obra poética fundamental Hoizwege no llega nunca a definir cómo es el Ser ni qué es: ¿naturaleza, bosque, la verdad, el espacio, el gran Todo invisible? Apunta las muchas posibilidades que tiene el Ser en su devenir, pero nos deja siempre prisioneros del Enigma. De esta forma se prepara Heidegger para su asalto a la razón científica. Ante las devastaciones operadas por la técnica en la naturaleza, declara en Conversación póstuma: «No necesitamos bombas atómicas. Y el desenraizamiento de los hombres es un hecho. No hay un rincón sobre la Tierra en el que, hoy, el hombre pueda vivir». Como ha perdido definitivamente la esperanza de encontrar el Ser en toda su riqueza originaria, renuncia a buscarle a través del pensamiento racional. Sólo más allá de la realidad terrestre, buscará Heidegger un Dios. Para ello cree necesario un nuevo Pensamiento: el irracional, el poético, el pensar por el pensar, sin pragmatismo positivista anglosajón ni utilitarismo político marxista, «y sin dirección de la vida, de la masa y de la raza de un pueblo», escribía en Introducción a la Metafísica (1935), y que señala Jean Wahl para probar que su pensamiento, no él nada tuvo que ver con el nazismo.

Ahora bien, si las ciencias han sustituido a la filosofía por la eficacia de su acción para un » conocimiento exacto, riguroso y matemático de la naturaleza, el pensamiento queda reducido a una pura interrogación sobre cuanto acontece, «es una predisposición a permanecer abiertos a la llegada o ausencia de Dios», afirman. Pese a esta pasividad expectante, al mismo tiempo intuye una praxis del pensamiento. En este sentido dice: «El absurdo metafísico de la separación de Teoría y Praxis debe terminar para comprender lo que yo entiendo por pensamiento». Y tiene plena razón cuando afirma que hay que conservar siempre la pureza del pensamiento en medio de las ruinas que ha dejado la técnica, para no malversarlo. En efecto, las ciencias experimentales trabajan en campos tan distantes unos de otros que no se ha podido crear, sobre la base de los descubrimientos científicos, una imagen unitaria del mundo. Es evidente que la ciencia contemporánea adolece de un pensamiento sólido, constructivo, como ha dicho repetidas veces nuestro científico Faustino Cordón. Así se hace más necesario que nunca que el pensamiento unifique o sintetice los resultados de los experimentos de las ciencias particulares, para llegar a una verdadera universalidad científica.

Respetemos, pues, el ejercicio del pensamiento puro, ese pensar por el pensar, el silencio de su música interior o «álgebra sonora» (Bloch), que el Heidegger de Conversación póstuma trata de salvaguardar, y que juzgamos necesario mantenerlo siempre activo para crear la unidad racional, objetivada, científica, del mundo, aunque al propio Heidegger le espantaría esta aplicación creadora de su pensamiento meramente inocente y poético. La tragedia de su pensamiento radica en que le es imposible conservarlo en su pureza ideal, en su ociosidad o parapsiquismo especulativo, ya que debe comprometerse en la tarea pura de salvar al conocimiento de su dispersión analítica para lograr la unidad del Ser, base de una ontología realista.

* Este articulo apareció en la edición impresa del Martes, 8 de diciembre de 1987