¿Necesita Cataluña las ideas de Eugeni d»Ors? Joan Anton Mellon. El País. 08/04/1999

Joan Anton Mellon
8 ABR 1999

Periódicamente las estancadas aguas culturales catalanas se agitan mansamente ante la reedición de algunas de las obras de Eugeni d»Ors. Ilustres políticos, escritores, filósofos pasionales y catedráticos de estética, deslumbrados, según sus propias palabras, por el estilo y la diversidad de la obra de Xènius aplauden frenéticamente las mencionadas reediciones. El mismísimo presidente de la Generalitat declaró hace unos años, en un curso de verano dedicado a D»Ors de una universidad madrileña, que el ideario de éste era muy adecuado para superar la crisis de valores que padecía España y que su obra era una fuente de ideas para hacer política con ellas. Previamente, en mayo de 1986, se organizó un cónclave de prohombres culturales locales, con el consejero de Cultura de aquellas fechas al frente, cuya razón de ser fue la resurrección de Eugeni d»Ors. Celebrado a puerta cerrada, sólo para iniciados selectos, al acabar una rueda de prensa nos aclaró a los no selectos que, según conclusión de los participantes, la situación intelectual del país era ya madura para permitir un estudio sereno de la obra de D»Ors. Otra conclusión fue destinar dinero público para poder reeditar las obras de nuestro personaje, ya que sin subvención el proyecto era comercialmente inviable. Periodista brillante, sutil pensador, genial comentarista de arte, eficaz dinamizador cultural como publicista y político: no hay duda de que D»Ors fue todo eso y quizá más, pero lo que es inadmisible es la tergiversación ideológica que se pretende hacer del pensamiento de este autor y la consiguiente desinformación. En diciembre de 1989 uno de sus hijos, Joan Pau d»Ors al hacer donación del archivo del escritor a la Generalitat, declaró sin el menor rubor que su padre era un convencido del sindicalismo y subrayó su constante preocupación social. Por su parte, el quién es quién de la cultura del país, la Enciclopèdia Catalana, en su voz D»Ors expone que éste simpatizó con el sindicalismo. Pues bien, Eugeni d»Ors fue tan sindicalista como en el futuro Jordi Pujol podría ser recordado como un trotskista irredento. Pujol es un liberal-conservador y D»Ors un conservador radical tan antidemocrático como protofascista. Sólo desde un ciego papanatismo cultural de origen provinciano es posible desconocer este hecho, constatado hasta la saciedad por todos aquellos que han estudiado rigurosamente al hombre que quiso ser Goethe y, como no lo pudo ser, se consolaba disfrazándose de este personaje en los bailes de máscaras de los aristocráticos salones madrileños de los años cuarenta. En los inicios del siglo XX toda una generación de intelectuales liberal-conservadores o ultranacionalistas, asustados por las realidades sociales y políticas de las sociedades de masas, radicalizaron sus posturas políticas e iniciaron la labor cultural de diseñar una nueva legitimidad para los futuros proyectos políticos autoritarios y totalitarios de derechas. Entre ellos se encontraba D»Ors. Horrorizados por lo que ellos creían el retorno de los bárbaros y la desaparición de la alta cultura, depositaron sus esperanzas en los fascismos, por eso les apoyaron, aunque en el fondo despreciaban su populismo demagógico desde una displicente actitud aristocrática. José Antonio Primo de Rivera fue un gran admirador de nuestro autor y había pasado muchas tardes en su casa recibiendo provechosas lecciones. A su vez, uno de los más genuinos intelectuales fascistas que hemos tenido, Ernesto Giménez Caballero, afirma en sus Retratos españoles que D»Ors fue el auténtico maestro de toda una generación de fascistas españoles. Su programa político fue de una gran claridad y coherencia en todas las etapas de su trayectoria profesional; «santa continuidad», decía él. Ante el caos existente, caos que dura en España hasta 1939, era necesario pensar nuevas ideas e intervenir. Era preciso conjugar tradición y modernidad y restaurar los valores imperecederos mediante acciones decididas de una minoría selecta de novecentistas.

* Este articulo apareció en la edición impresa del Jueves, 8 de abril de 1999