Tres horas con D’Ors en el Prado. Pedro Sorela. El País. 23/04/1989

El museo es sólo en parte el mismo que describiera Xenius en una apasionada guía ahora reeditada

Pedro Sorela
Madrid 23 ABR 1989

«Madrid tiene abriles exquisitos y un sin par museo», escribía Eugenio D’Ors, Xenius, cuando la primera edición de su guía Tres horas en el Museo del Prado. Sesenta y siete años después puede que abril siga siendo exquisito en Madrid -el aire es azul, y el clima, tibio-, pero en cuanto al museo es difícil apreciarlo, cercado como está por los autobuses agazapados frente a la Academia, asaltado cada día por miles de turistas y estudiantes, ensordecido por las taladradoras que destrozan la calle de Felipe IV ejecutando alguna orden municipal de sentido, más que misterioso, confuso. Sin embargo, algunas de las observaciones que hizo D’Ors, publicadas primero como serial en un periódico, mantienen su vigencia.

«El amigo ideal para el ensayo [de servir de discípulo en un corto recorrido del Prado] es joven, inteligente; posee un buen gusto instintivo y sólo atisbo de cuatro confusas generalidades en materia de arte», escribe D’Ors. «Conviene, además, que el doctrino no sea vanidoso: rara vez el vanidoso entiende; nunca, a media palabra».No es fácil juzgar la modestia de los jóvenes que en esta mañana de abril ocupan el Prado, entre otras cosas porque son varios cientos. «¡Me quiero ir!», gime una voz entre un tropel de adolecentes de Bup en el cruce de una puerta. «Estoy hecha polvo», se queja una francesa de más o menos la misma edad. Por la sala de los flamencos cruzan un par de chicas cuidadosamente despeinadas, con los vaqueros cuidadosamente desgarrados por la misma rodilla de la misma pierna que se alcanza a ver forrada con media de seda oscura.
No sacudir árboles

«Un Museo no es un órgano de historia, sino de cultura», escribe Xenius. «Quiere decir que en gran modo conviene a un Museo el no cambiar a cada instante. La mudanza, si bien se mira, es lo contrario de la mejora. La sacudida en los árboles no favorece en nada la maduración de los frutos».Es un lugar agitado, el Museo, esta mañana de abril: dos mujeres de edad intermedia empujan con afán una silla de ruedas en la que va desmayada una tercera. Una se esfuerza en sostener la cabeza de la enferma, que se tuerce. La desmayada tiene el ceño fruncido de angustia, o dolor, o un mal sueño, quién sabe.

El recorrido propuesto por D’Ors en su guía (ahora lo publica Tecnos) es peculiar pero a la vez coherente en grado sumo con las teorías estéticas de Xenius. Tal como sintetiza José María Valverde en el prefacio, la referencia es el orden, la razón, la geometría. Sus opiniones están siempre a favor del clasicismo, Roma, y en contra de lo barroco: «no como estilos de época, sino como eones, fuerzas perennes en combate». Y en el prólogo a la undécima edición, que en ésta se reproduce, escribe Eugenio D’Ors: «No habrá otra belleza moderna que la belleza antigua; quiere decir, la provista de la condición de eternidad: El resto es moda; y, por consiguiente, falsía».

En la entrada que da paso a las más oscuras de las pinturas negras de la Quinta del Sordo, varias chicas de un grupo se distraen de las explicaciones de su profesora para timarse con los chicos de otro grupo, y en ello también participa el profesor, apenas más joven que sus alumnos. Frente al Goya más clásico, otra profesora jovencita -ojos azules, cinturilla, zapatos blancos de deporte y lazo verde en el pelo rubio- explica a sus alumnas cómo la pintura de Goya evoluciona hacia la expresión.

[El mundo de Goya] «es -no puede desconocerse- lo que todavía buscan con preferencia los visitantes del Museo del Prado; especialmente los extranjeros, siempre ganosos de los espectáculos de emoción que proporciona el carácter», dice D’Ors. Los turistas se esfuerzan en darle la razón.
El mejor cuadro del mundo

Apenas pasan transeúntes por las salas de Murillo, algunos mas por las de Velázquez y El Greco, y muchos se detienen en las de Goya, en un examen de urgencia que refleja un orden de valores ligeramente distinto al que propone D’Ors en su libro. En cualquier caso los éxitos parecen muy condicionados, visto que muchos la llevan en la mano, por una guía del tipo vea usted todas las obras maestras en media hora.Así, siempre es hora punta en la suerte de capilla en penumbra en que ha quedado convertida la sala dedicada a Las Meninas, de Velázquez, y en la gran sala de este pintor las grandes concentraciones humanas se forman ante Los borrachos, Las lanzas o Las hilanderas, sin que muchos hagan caso ni de los monarcas a caballo, ni mucho menos de éstos, que como es notorio no sabía pintar Velázquez. Le importaban un rábano, los caballos.

Ante Las Meninas, mientras una de esas señoras norteamericanas de edad que en sus viajes evitan el calor y el frío comenta «es increíble, es increíble, es increíble», sin descanso, el joven que le hace de guía le asegura: «¿Sabe? Es probablemente el mejor cuadro del mundo».

* Este articulo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de abril de 1989